Lo mágico de Marruecos es que, cuando lo pisas por
primera vez, o lo detestas o lo adoras, sin punto medio. Si lo detestas, eso ya
no tiene vuelta de página. Si lo adoras, tampoco. Enamorarse del país vecino comporta
un diagnóstico irreversible y sin cura. Se te mete por los poros de la piel y te
contamina la sangre, creándote adicción. Quieres volver a ir, una y otra vez.
Deseas adoptar sus costumbres, te dejas seducir por algunas de sus rarezas, a
la par que te repelen otras. Te vas impregnando de su aroma, de su esencia,
hasta que abandonas el vano intento de comprender sus contradicciones, y
decides aceptarlo tal y como es.
A mí Marruecos me viene persiguiendo desde siempre.
Mi primer marido, que era español, nació en Tánger. Su familia se había
instalado en tierras marroquíes en tiempos remotos, cuando aún existía lo que
llamábamos Protectorado Español, y permaneció allí durante varias generaciones.
Mi primera suegra me enseñó a preparar cuscús y té a la hierbabuena, entre
otras delicias culinarias, sin que yo pudiera sospechar, ni de lejos, que mi
segunda suegra sería marroquí de verdad, autóctona, y de la misma zona
geográfica que la primera.
De Marruecos conozco Tánger, Asilah, Larache,
Tetuán, Fez, Rabat, Casablanca, Meknes, Marrakech, Ifrane, Erfoud y Ouarzazate.
La ciudad en la que he estado más veces, por motivos personales, es Tánger. Se
da la circunstancia de que Tánger no me gustó nada, la primera vez que la
visité. Pero, a medida que la voy conociendo, me conquista cada día un poquito
más.
Cuenta la leyenda grecorromana que Tingé era la esposa del gigante Anteo.
La mitología bereber adaptó la historia, según la cual, Tánger fue construida
por Sufax, hijo de Tingis y del héroe
bereber Anteo. Lo que a mí me despierta mayor curiosidad, sin embargo, es su
historia más reciente. Su ubicación geográfica llegó a hacer de ella el centro
de la diplomacia europea y de la actividad comercial marroquí. A principios del
siglo XX, Tánger se convierte en una especie de enorme pastel que países como
Bélgica, España, Francia y Estados Unidos, entre otros, se reparten en
porciones. Es lo que llaman la Zona Internacional de Tánger. Pero bueno, no transformaré
este escrito en un aburrido texto histórico. Lo que me interesa describir es lo
que he visto con mis propios ojos y, sobre todo, lo que he sentido.
Pasear por Tánger es como abrir la caja de Pandora,
nunca sabes con qué sorpresas te vas a encontrar. El ruido, el deambular del
gentío, el tráfico ininterrumpido... La actividad de la ciudad es frenética a
cualquier hora, de día y de noche. Es algo que contrasta con la parsimonia
típica —y tópica— del talante marroquí. Si echas un vistazo general, tienes la
sensación de estar en cualquier urbe europea, donde el apresuramiento es el protagonista.
Aunque una observación más minuciosa nos hace descubrir que la pura esencia de
Marruecos está ahí, agazapada. Lo ruidoso es el tráfico. El estrés es el sello
del conductor marroquí. Pero cuando te sientas en la terraza de un Café a
saborear un humeante té a la hierbabuena, mientras conversas con algún
lugareño, recuerdas, justo entonces, dónde estás. En ese bendito instante se
detiene el tiempo. Y recuperas el contacto con esa vieja teoría: La prisa mata.
Mi deambular por las calles tangerinas me lleva a
descubrir el Teatro Cervantes. Me apena verlo en ese estado de abandono,
pidiendo a gritos una restauración. Inaugurado en el año 1913, atrajo desde el
principio a grandes artistas de la época. En él se representaron obras como Othelo, de Shakespeare, o Saladin,
de Nagib Hadded. Y por sus
escenarios pasaron celebridades de la talla de Imperio Argentina, Carmen
Sevilla, María Caballé o Lola Flores.
Tánger es considerada una ciudad multicultural en la
que conviven comunidades musulmanas, cristianas y judías. A lo largo de la
historia ha atraído la atención de artistas como Tennessee Williams, Paul
Bowles, Francis Bacon o los
componentes del grupo Rolling Stones,
entre otros. Y ha conocido el éxito de la mano de personajes como Mohammed Chukri —autor de El pan a secas—,
que si bien nació en Beni Chiker, el Rif, su familia se trasladó a Tánger
cuando él tenía diez años, y es considerado uno de los escritores más leídos y
controvertidos del norte de África. Entre los residentes más célebres que ha
tenido la bella Tánger, cabría destacar al escritor José Luís Sampedro. Y entre las personalidades nativas de Tánger
podríamos mencionar a Ibn Battuta, Sholomo Ben Ami, Ramón Buenaventura, Bibiana
Fernández, Elena Benarroch, y un
largo etcétera.
Sin embargo, y como ya he comentado en otras
ocasiones, a mí se me conquista por el estómago. Por lo tanto, no podría
terminar este artículo sin mencionar qué exquisiteces hacen feliz a mi paladar
cuando voy a Tánger. No son grandes manjares, saboreados en restaurantes de
cinco tenedores. No. Son pequeños placeres tan sencillos como desayunar un delicioso café
con leche bien caliente, en su punto, espumoso, acompañado por dos o tres petit pain en la terraza del Café
Panorama, con vistas al mar. Disfrutarlo despacio, contemplando el panorama
—nunca mejor dicho— que ofrece el Paseo Marítimo y la playa Malabata.
Al
mediodía, lo mejor es elegir un establecimiento especializado en pescado y
marisco, porque más fresco no lo encontrarás en ninguna parte. Los precios son
muy asequibles. Si pides fritura de pescado, te servirán una fuente tan grande
y variada que no podrás terminártela, muy a tu pesar. Sabroso, auténtico. Para
merendar regresaría, sin dudarlo, al Café Panorama, y pediría té a la
hierbabuena acompañado por una crep de amlou,
algo que me hizo relamer de gusto el día que lo descubrí. El amlou es una mezcla de aceite de argán,
miel y frutos secos troceados —en diminutas partículas, pero no molidos— que
logrará que os reconciliéis con la vida, sea cual sea vuestro dilema o
inquietud. ¡Os lo recomiendo!
A la hora de cenar, yo optaría por un simple
bocadillo. Y es que los bocadillos marroquíes no son en absoluto simples. Hay
muchísimos establecimientos en los que los preparan, pueden ser de pollo, atún o
tortilla, por ejemplo, pero ten por seguro que además de eso, también llevarán tomate, lechuga, cebolla, zanahoria rallada, pepinillos, aceitunas y patatas
fritas —sí, sí, dentro del pan, no de acompañamiento—, todo ello aderezado con
la salsa que tú escojas. Si alguno de esos ingredientes no es de tu agrado
tendrás que avisar antes de que te lo preparen, si no todo irá dentro. ¡Son tan
baratos! Y están buenísimos. Después, un tranquilo paseo junto al mar, tal vez
otro ardiente y dulce té a la hierbabuena y…
La vida te parecerá sencillamente maravillosa.
Mar Montilla
Cuántos detalles descriptivos y fotografías preciosas, ha sido un disfrute leerlo escritora viajera.
ResponderEliminarQué paseo me he dado volviendo a Marruecos de tu mano, bella y sabrosa descripción... hasta el airecito con olorcito a mar he sentido... Gracias!!!
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