Hace unos días, viajando por Venetto, una amiga italiana me invitó a conocer la casa
de Gabriele D’Annunzio, uno de mis autores relegados, ya que inspiró la
doctrina fascista en su país, ayudó a escribir la Constitución… etc. Pese a mi resistencia cedí a la reiterada propuesta de mi
amiga y fuimos.
Por fuera la casa es un claro anuncio de la moda que antecedió
al estilo Decó y no llama la atención, no es atractiva, los jardines -en
cambio- son más llamativos, con un caballo azul inmenso y disposición para
sentarse y admirar el lago.
La sorpresa viene al entrar. Cada cuarto está atestado de
diferentes objetos donde se ve su admiración por el Dante, Cervantes, otros que
están en cuadros, estatuas, leyendas en el techo, etc.Hay 33.000 libros en la casa-museo.
Tuvo varias mujeres y un gran amor: Eleonora Duce. Cuando
trabajaba debía cubrir su estatua para poder concentrarse. Era ecléctico, su sala de recogimiento tenía cantidad de
santos católicos como Buda y otras deidades orientales. En la pared se lee que
hay 5 pecados (desechó como pecados a la lujuria y la avaricia).
Quería trascender, no solo en la literatura sino en su vida
particular, por lo que fundó una ONG a la que cedió su casa con todos los
objetos. Planeó dos cuartos donde se lo honraría al morir, dos capillas
ardientes, una para la familia y otra para el público que viniera a hacerle los
honores.
A los 51 años demostró su temeridad en la Primer Guerra Mundial:
Fue piloto de guerra voluntario y perdió la visión de un ojo en un accidente
aéreo. El 9 de agosto de 1918, siendo comandante, organizó una de las mayores
hazañas de la contienda: nueve aviones realizaron un viaje hasta Viena para lanzar
panfletos propagandísticos, anunciaban el fin de la guerra. La guerra hizo que sus ideas nacionalistas se hicieran más
fuertes, precursor
de los ideales y las técnicas del fascismo italiano.
Fue poeta, publicado a los 16 años, comerciante, militar,
político, escribió varias novelas (entre ellas: El inocente, que L. Visconti
llevó al cine, El placer (1889) -exaltación del dandismo decadente y con
análisis psicológicos al estilo de Stendhal y Bourget. Libro enfermizo,
enervante, dañino y, también, bellísimo., El triunfo de la muerte (1894).
Las vírgenes de las rocas (1896) (“Es el más nítido y pulcro entre
todos los de D'Annunzio, casi indemne de las obscenidades y blasfemias
habituales, que son aquí y allá sus únicas fallas de gusto. Libro aéreo y
fiero, severo y musical, dulce y nostálgico, noble y esbelto, lleno del encanto
de lo fugaz y caduco, que hace meditar, añorar y suspirar.” Dice José de la
Riva- Agüero)
También escribió el
guion de la película Cabiri, fue considerado un símbolo del Decadentismo, sus
escritos tienen poder y originalidad.
Por mi parte, puedo perdonarle sus amoríos, sus
excentricidades, su morbidez, etc. Porque siempre separo al artista del hombre
o de la mujer, pero su parte política fue más que una tendencia o ideología y
me siento traicionándome al tratar de leerlo más allá de una ojeada.
Creo que mucha gente lo ve así, soy poco original, y es por lo
que no es considerado entre los grandes literatos por bastantes lectores.
Pero volvamos a su casa, la arquitectura como parte de la
cultura y de la personalidad de quien la proyecta, decora y vive en ella, tiene
mucho que decirnos.
Por empezar: la gran casa-museo, El Vittoriale, que D’Annunzio
mandó construir en los años veinte en la orilla del lago de Garda, en el pueblo
de Gardone Riviera con intención de celebrar lo que D’Annunzio consideraba su
“vida inimitable” y -justamente- la donó para ser recordado por todas las
generaciones venideras. De hecho, las casi 200.000 personas que visitan su
casa, lo recordarán por una cosa u otra.
La poca luz (excepto en su oficina, lugar de trabajo) nos dice
que la penumbra lo ayudaba a inspirarse, que -dado su accidente y pérdida
parcial de la visión en un ojo- debía sufrir de fotofobia y -tal vez- tenía
momentos de depresión donde se ocultaba del mundo y de sí mismo.
Cada habitación tiene un nombre rimbombante (“de la música”, “del
mapamundi”) hay un cuarto con una mano sobre la puerta y el techo con alusiones
a Cervantes (el manco de Lepanto) era donde leía cartas recibidas, tantas, que
decidió hacerse pasar por manco (¡!) para evitar contestarlas.
El baño “azul” es otro muestrario de objetos de todo tipo.
El comedor o La Sala de Cheli, llamado así por una tortuga,
que murió en los jardines del Vittoriale de indigestión, y que se transformó en
una tortuga de bronce como adorno sobre la mesa y en un símbolo de moderación y
advertencia a la gula de los comensales. Casi nunca se lo vio cenando con los
invitados, tal vez por coquetería ya que sus dientes se arruinaron por la edad.
El teatro al aire libre sobre el hermoso fondo azul del lago
para 1500 personas que, en verano, asisten a eventos teatrales y musicales.
En síntesis: un personaje curioso de la cultura italiana y
universal.
Mónica Ivulich