INDIA – VISITANDO TAJ MAHAL

FOTO PROPIA

Un noveno viaje a India, esta vez de silencio y de mucha meditación. Para dar broche de oro a mi viaje, visito el edificio más mentado en India.
El Taj Mahal es un edificio fastuoso y simple a la vez... bello como ninguno, es en realidad un templo o monumento al amor... creo que es lo más parecido a la perfección arquitectónica que he visto... El mármol parece bordado por ángeles. Creo que casi todos saben que está dedicado a la esposa de un rey quien lo hizo construir luego que ella muriera.
Fabricado enteramente en mármol. Desde el interior, si uno está desde el amanecer hasta el atardecer, se ve que la luz se filtra dando diferente luminosidad al recinto. A la mañana es dorado, al mediodía blanco y a al atardecer naranja.
Me entretuve en los alrededores mirando los ríos en los alrededores, las montañas a lo lejos, el cielo con sus pájaros y las flores, la gente que vive cerca. Está ubicado en un cerro y se puede ver bastante a lo lejos, al frente: el fuerte de Agra -donde vivió y murió su dueño- es un testigo impasible de la belleza, romanticismo y tragedia del lugar...


Me cansé y necesitaba sentarme un poco, aunque supuse -mientras caminaba hacia la salida- que no iba a encontrar un asiento en los alrededores, pero, sorpresivamente, lo hallé, había un único banco a la vera del camino y, para mi maravilla: bajo un árbol que le daba sombra... ahí nomás, como esperándome.
Tenía unos minutos antes del que el bus me dejara, me sentaría brevemente a descansar y a respirar el aire tibio.
En ese momento noté que había una pareja de dos extranjeros en el asiento, leyendo, eran rubios, como americanos o ingleses. Mientras me sentaba, ella levantó la cabeza del libro y me dijo: -"you look so nite and fresh." (Luce fresca y límpida)
Entendí que se refería a mi atuendo blanco, dije: -Thanks- y, normalmente, ahí hubiera terminado mi conversación, sobre todo por mi cansancio, mi apatía natural y el apuro por el horario del bus. Pero, por una vez, me surgió la Mónica simpática y pregunté de dónde venían: Where are you from?
Dijo : -"We live in Malaysia but originally from Peru."
Yo: -Oh! Perú... hablemos español entonces, soy de Argentina
Ella: - ¿Argentina?... (el esposo miró, sonrió y se concentró nuevamente en su libro) _ Nosotros vivimos 10 años en Argentina y mis 3 hijos son de ahí... (Pausa, dije algo y siguió) - Tengo 2 varones y 1 mujer, locos por el dulce de leche, pero, cada uno vive en un país diferente...-suspiró.
Yo: (sorprendida y divertida)- como los míos, yo también... 2 varones y 1 mujer y, también, dispersos...
Ella: -"Así pasa... solo que mi hijo murió a los 27 años..."


Casi me caigo de la sorpresa. Dije: - “la misma edad que tenía Alex al fallecer, hace dos meses- el esposo me miró brevemente- y también murió lejos de casa, también sorpresivamente. - y seguimos hablando en esa tónica llena de coincidencias.
Se me hacía tarde cuando me contaba que la hija se estaba por casar y quería un hijo (igual que la mía), me despedí con premura y ella, a modo de despedida, me manifestó: -"ahora tenemos que ver las generaciones futuras, ¿verdad?"
Asentí y me despedí entre apurada y un poco confundida. El esposo levantó la vista y, creo que por primera vez, me miró con una sonrisa muy dulce. No nos dijimos los nombres ni nada…
Corrí hacia la parada del autobús sonriéndoles y haciendo gesto con la mano. Después de unos metros me volví y ya no los vi, no estaban en el banco y creo que tampoco estaba el banco que, mágicamente, encontré allí.
Hay quien me sugirió que eran ángeles. No sé quiénes eran, pero me reconfortaron mucho. Hacía tan poco de la muerte de mi hijo Alex y no había hablado con nadie de lo sucedido, por raro que parezca, supuse que ella sabía todo.
Hasta ahora –muchos años después- los recuerdo.
Y aún tengo presente el mensaje... "ahora tenemos que ver las generaciones futuras" es algo que debo descifrar en algún momento.
Como en la película, 'Lo que el viento se llevó...': Lo pensaré luego, mañana será otro día.
Lo cierto es que Taj Majal es un lugar único y la belleza es de una finura que deja sin aliento, allí lo mágico y lo real, el amor y la muerte… se dan la mano.


Los viajes son menos sabrosos si no hay algo fantástico, algo para develar, pues no viajan solamente los cuerpos, nuestras almas también se alimentan, se asombran y alimentan en diferentes lugares. En los viajes nos reencontramos y sanamos partes de nuestro ser.
Volviendo a casa nos llevamos en nuestro equipaje mucho más de lo que trajimos y de lo que podamos comprar.

Mónica Ivulich

Tingis la bella






Lo mágico de Marruecos es que, cuando lo pisas por primera vez, o lo detestas o lo adoras, sin punto medio. Si lo detestas, eso ya no tiene vuelta de página. Si lo adoras, tampoco. Enamorarse del país vecino comporta un diagnóstico irreversible y sin cura. Se te mete por los poros de la piel y te contamina la sangre, creándote adicción. Quieres volver a ir, una y otra vez. Deseas adoptar sus costumbres, te dejas seducir por algunas de sus rarezas, a la par que te repelen otras. Te vas impregnando de su aroma, de su esencia, hasta que abandonas el vano intento de comprender sus contradicciones, y decides aceptarlo tal y como es.






A mí Marruecos me viene persiguiendo desde siempre. Mi primer marido, que era español, nació en Tánger. Su familia se había instalado en tierras marroquíes en tiempos remotos, cuando aún existía lo que llamábamos Protectorado Español, y permaneció allí durante varias generaciones. Mi primera suegra me enseñó a preparar cuscús y té a la hierbabuena, entre otras delicias culinarias, sin que yo pudiera sospechar, ni de lejos, que mi segunda suegra sería marroquí de verdad, autóctona, y de la misma zona geográfica que la primera.

De Marruecos conozco Tánger, Asilah, Larache, Tetuán, Fez, Rabat, Casablanca, Meknes, Marrakech, Ifrane, Erfoud y Ouarzazate. La ciudad en la que he estado más veces, por motivos personales, es Tánger. Se da la circunstancia de que Tánger no me gustó nada, la primera vez que la visité. Pero, a medida que la voy conociendo, me conquista cada día un poquito más.






Cuenta la leyenda grecorromana que Tingé era la esposa del gigante Anteo. La mitología bereber adaptó la historia, según la cual, Tánger fue construida por Sufax, hijo de Tingis y del héroe bereber Anteo. Lo que a mí me despierta mayor curiosidad, sin embargo, es su historia más reciente. Su ubicación geográfica llegó a hacer de ella el centro de la diplomacia europea y de la actividad comercial marroquí. A principios del siglo XX, Tánger se convierte en una especie de enorme pastel que países como Bélgica, España, Francia y Estados Unidos, entre otros, se reparten en porciones. Es lo que llaman la Zona Internacional de Tánger. Pero bueno, no transformaré este escrito en un aburrido texto histórico. Lo que me interesa describir es lo que he visto con mis propios ojos y, sobre todo, lo que he sentido.





Pasear por Tánger es como abrir la caja de Pandora, nunca sabes con qué sorpresas te vas a encontrar. El ruido, el deambular del gentío, el tráfico ininterrumpido... La actividad de la ciudad es frenética a cualquier hora, de día y de noche. Es algo que contrasta con la parsimonia típica —y tópica— del talante marroquí. Si echas un vistazo general, tienes la sensación de estar en cualquier urbe europea, donde el apresuramiento es el protagonista. Aunque una observación más minuciosa nos hace descubrir que la pura esencia de Marruecos está ahí, agazapada. Lo ruidoso es el tráfico. El estrés es el sello del conductor marroquí. Pero cuando te sientas en la terraza de un Café a saborear un humeante té a la hierbabuena, mientras conversas con algún lugareño, recuerdas, justo entonces, dónde estás. En ese bendito instante se detiene el tiempo. Y recuperas el contacto con esa vieja teoría: La prisa mata.







Mi deambular por las calles tangerinas me lleva a descubrir el Teatro Cervantes. Me apena verlo en ese estado de abandono, pidiendo a gritos una restauración. Inaugurado en el año 1913, atrajo desde el principio a grandes artistas de la época. En él se representaron obras como Othelo, de Shakespeare, o Saladin, de Nagib Hadded. Y por sus escenarios pasaron celebridades de la talla de Imperio Argentina, Carmen Sevilla, María  Caballé o Lola Flores.





Tánger es considerada una ciudad multicultural en la que conviven comunidades musulmanas, cristianas y judías. A lo largo de la historia ha atraído la atención de artistas como Tennessee Williams, Paul Bowles, Francis Bacon o los componentes del grupo Rolling Stones, entre otros. Y ha conocido el éxito de la mano de personajes como Mohammed Chukri autor de El pan a secas—, que si bien nació en Beni Chiker, el Rif, su familia se trasladó a Tánger cuando él tenía diez años, y es considerado uno de los escritores más leídos y controvertidos del norte de África. Entre los residentes más célebres que ha tenido la bella Tánger, cabría destacar al escritor José Luís Sampedro. Y entre las personalidades nativas de Tánger podríamos mencionar a Ibn Battuta, Sholomo Ben Ami, Ramón Buenaventura, Bibiana Fernández, Elena Benarroch, y un largo etcétera.






Sin embargo, y como ya he comentado en otras ocasiones, a mí se me conquista por el estómago. Por lo tanto, no podría terminar este artículo sin mencionar qué exquisiteces hacen feliz a mi paladar cuando voy a Tánger. No son grandes manjares, saboreados en restaurantes de cinco tenedores. No. Son pequeños placeres  tan sencillos como desayunar un delicioso café con leche bien caliente, en su punto, espumoso, acompañado por dos o tres petit pain en la terraza del Café Panorama, con vistas al mar. Disfrutarlo despacio, contemplando el panorama —nunca mejor dicho— que ofrece el Paseo Marítimo y la playa Malabata. 







Al mediodía, lo mejor es elegir un establecimiento especializado en pescado y marisco, porque más fresco no lo encontrarás en ninguna parte. Los precios son muy asequibles. Si pides fritura de pescado, te servirán una fuente tan grande y variada que no podrás terminártela, muy a tu pesar. Sabroso, auténtico. Para merendar regresaría, sin dudarlo, al Café Panorama, y pediría té a la hierbabuena acompañado por una crep de amlou, algo que me hizo relamer de gusto el día que lo descubrí. El amlou es una mezcla de aceite de argán, miel y frutos secos troceados —en diminutas partículas, pero no molidos— que logrará que os reconciliéis con la vida, sea cual sea vuestro dilema o inquietud. ¡Os lo recomiendo! 










A la hora de cenar, yo optaría por un simple bocadillo. Y es que los bocadillos marroquíes no son en absoluto simples. Hay muchísimos establecimientos en los que los preparan, pueden ser de pollo, atún o tortilla, por ejemplo, pero ten por seguro que además de eso, también llevarán tomate, lechuga, cebolla, zanahoria rallada, pepinillos, aceitunas y patatas fritas —sí, sí, dentro del pan, no de acompañamiento—, todo ello aderezado con la salsa que tú escojas. Si alguno de esos ingredientes no es de tu agrado tendrás que avisar antes de que te lo preparen, si no todo irá dentro. ¡Son tan baratos! Y están buenísimos. Después, un tranquilo paseo junto al mar, tal vez otro ardiente y dulce té a la hierbabuena y…
La vida te parecerá sencillamente maravillosa.



Mar Montilla




















CARAS SIN VELO

  Voy por ahí tropezando con caras. Soñando con caras, avanzando entre caras. Caras como aleteos o arrebatos feroces. Caras que se cierran e...