Bajo el abrazador sol
limeño recorríamos el histórico paseo llamado “Chabuca Granda” Henry
mi compañero de excursión, me hablaba con su marcado
acento peruano, de la colorida cultura de su país, sus variadas
costumbres y del animoso lenguaje
de la gastronomía peruana, abriéndose puertas por todo el mundo.
En plena avenida Junín se
detiene, suspira, levanta su mirada al azul horizonte, y con
espíritu patriótico me describe con lujo
de detalles la exúbera belleza de su madre tierra, y de los nimios senos
de las numerosas planicies que la pueblan. Caminamos algo más, justo frente a la portentosa Catedral
limeña San francisco de Asís, detiene la marcha
nuevamente y con aplomo renovado dijo, señalando la Iglesia con su pulgar
derecho, “Ahí bajo la legendaria
catedral, serpentean discretas, las históricas Catacumbas. Cientos de restos
humanos, pertenecientes a las familias pudientes de la
capital peruana descansan”
Una señorita con un
grado de cultura notable, se
acerca, nos exhorta a conocer “La trepidante historia de las catacumbas”
mencionando a groso modo algunos interesantes pasajes de la historia peruana,
corroborando lo narrado por Henry.
Tomada la decisión
ingresamos a la Iglesia, identifico el confesionario y a
alguno que otro santo. Para completar su número, la extrovertida guía, nos unió a otro pequeño
grupo de turistas, que a escasos metros esperaban impacientes. Éramos
alrededor de doce. Bajamos al subterráneo —cinco metros más menos—, por angostas escaleras, “casi
agachados” —por el bajísimo techo— transitamos los desnivelados y laberínticos
caminos. Al lugar lo iluminaban afligidas luces. Un silencio absoluto abrazaba al
lugar.
Ahí no se sentía la
tibia brisa limeña, ni se escuchaba el sonido
ensordecedor del tránsito vehicular, menos el estridente grito
de comerciantes, muchísimo menos el acelerado trajinar de los
diez millones de habitantes capitalinos. Tan solo el murmullo inaudible
de los escasos visitantes.
Escudriñábamos atentos
cada rincón del subsuelo, vimos cientos de calaveras descansar disciplinadamente
apiladas, sin que les preocupe la intrusa visita, poco más allá, figuraban tétricamente delineados un grupo
de huesos rotos, que, por mi profesión supe, se trataba de tibia, peroné,
fémures y clavícula, apilación seguramente efectuada por algún osado hombre, que no le teme a la
muerte, ni a los fantasmas.
—“Estos restos humanos se encuentran a la espera de la
expiación de sus culpas hasta lograr ser dignos del cielo
prometido”— con gesto puritano Informó la guía.
Narró además, algunas
historias pecaminosas de las acaudaladas
familias del pasado. Como ola de nieve el fúnebre lugar
expandía su miedo. La fría temperatura
se escurría por mi cuerpo y erizaba mi piel, mi corazón aceleraba su ritmo.
Me puse nerviosa. Los rasgados ojos de Henry me miraron tranquilizadores, luego me regala un abrazo protector. La
tibieza de su cuerpo me sosiega.
Reanudado el recorrido
vimos llamativas vitrinas custodiar el reposo de un sinnúmero de
esqueletos humanos, seguramente los de
alto nivel social –seguro-. Imaginé a aquellos restos, pensar,
reír, sufrir, como todos, mientras
gozaban de vida. Henry, parecía disfrutar del macabro
lugar.
Más allá, sofisticadas criptas notoriamente diferenciadas
por sus nombres advertían su reposo en “un sitio especial”
—“Aquí descansan los
respetados cuerpos de
autoridades eclesiásticas, cuya
abnegada vida
a favor de Dios, se supone alcanzada la gracia —informó la guía. “Acá dijo —señalando
un redondo lugar— Justo debajo del púlpito donde se celebra la misa, es
el privilegiado lugar de descanso eterno de los niños -hizo
una breve pausa- Los niños son verdaderos ángeles de Dios, sin
errores, sin mancha, cuya inocencia pura se vio opacada al momento de nacer al heredar
la mácula de Adán. Llamada también “imperfección
humana” —concluyó.
Mi impacto fue mayor al
conocer que la histórica catedral peruana,
en el más celoso de sus senos, guardaba orgullosa, un enorme nicho
enmarcado en su totalidad por “pan
de oro” Ostentoso material perteneciente a la época precolombina, derrochaba lujo,
belleza y luces. Todo muy fantasioso. Enorme
Contraste con la cruda realidad peruana
por su “mala distribución de la riqueza”
La guía, explicó que en el
ostentoso nicho cabía una caja rectangular de madera noble,
en cuyo interior reposa el cuerpo del conquistador de la “CIUDAD DE LOS REYES”. El español Don Francisco
Pizarro y con él, todo el misterio de la conquista española.
Bañados de
ansias, demandamos de la guía turística nos colme en detalles. Mientras ella explicaba, mi desprejuiciada mente viajó loca
y veloz al pasado.
Vi una
majestuosa montaña verde y sobre ella un ejército de confiados
indios, cuya desnuda piel curtida
brillaba con el tatuador sol del mediodía. Al frente, ataviado de flechas,
estaba el gran Jefe de la tribu, el más valiente, hábil, e
inteligente guerrero. El INCA
ATAHUALPA. En sus ojos exhibía su orgullo y su tostado cuerpo la
pertenencia a su raza pura.
La sentenciosa voz de la
guía me trajo al presente:
—“En el año mil quinientos treinta y cinco, se fundó la “CIUDAD
DE LOS REYES” Actualmente llamada “CIUDAD DE LIMA” Fecha en que se amputó
la raza india, bajo el nombre de Francisca Pizarro, Primera mestiza americana, hija del
conquistador Francisco Pizarro y de la princesa India Huaylas Yupanqui. Henry y yo quedamos
sorprendidos, fascinados en partes iguales, por tan fascinante historia.
Ahora conocía de cerca el
origen de la raza mestiza, cultura, y costumbre del pueblo peruano.
Tanya Precilla
Excelente recorrido histórico de esa tierra tuya tan bella.
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