EGIPTO "LOS OJOS DE LIZ TAYLOR"


TEBAS

TEMPLO DE EDFU

¿Qué habrá sido de ti?, me pregunto mientras observo con dolorosa añoranza la última fotografía, en Edfu. ¿Dónde está aquel niño de Karnak, el de piel morena como un nubio y los ojos de color verde esmeralda?
Los últimos rayos de sol iluminaban las piedras del templo de Karnak, y la antigua Tebas lucía en todo su esplendor. La Avenida de las Esfinges apareció ante nosotros con su árida desnudez monumental. Formábamos parte del grupo de turistas que pasaban junto a las estatuas casi de puntillas, con un estremecimiento pagano. Las  estatuas decapitadas y majestuosas parecían esperar desde siglos nuestra llegada, mientras recogían el fuego del crepúsculo como fraguas donde se funde el acero. Y entonces, acompañando nuestro inicial titubeo de multitud algo perdida, la explanada se llenó del bullicio de la gente de Alejandría que estaba de vacaciones, celebrando la fiesta del cordero.
El niño de los ojos de color verde esmeralda llegó jadeando de impaciencia por alcanzarnos; despuntaba maneras principescas: labios entreabiertos y cordiales, el cuello esbelto y oscuro, adelantado, la voz desafinada de los adolescentes. Abriéndose paso como un elegido. Enseguida nos enseñó cada una de las minucias que formaban en su regazo una torre fluctuante parecida a la rama de un árbol a punto de quebrarse por el peso. Extendió en el suelo toda su mercancía, y puesto que nos habíamos parado, interesados en ella, nos observaba con expectación, pero también con exigencia. Probablemente deseaba acabar pronto, alejarse de la palidez mortal de los extranjeros y abandonarse al lujo de la tarde exuberante que traía la alegría del juego y la aventura. Recuerdo que parecía defenderse de algo cuando pasó la mano por el lomo del buey Apis, totémico y avejentado por varias capas de pintura. 
Su caricia estaba llena de superstición y cariño, de tal modo sostenía a aquella criatura raquítica, encogida desde su descenso de los cielos de Osiris. Otra de sus bazas era el faraón Tuthankamon, cuya maldición alimentaba la literatura desde la época de la profanación. El último de los tesoros puestos en venta era un escriba de granito que tenía una muesca en  la mano derecha.
Nos agachamos, como era preceptivo y, una vez que estuvimos frente a él, quedamos fascinados por tanta belleza cubierta de harapos. Y sobre todo por sus ojos, un imán para los ávidos de novedades y fuerzas telúricas.
Es la lucha tenaz contra el tedio la que convierte al turista en especie devoradora. Lo más inmediato, lo que tiene al alcance de su boca, es tiempo. Decide madrugar, pero madrugar no es suficiente; aunque sea un buen pretexto, en realidad no se va en busca del día, sino de un sueño o una quimera que tiene las horas contadas.

                                                                                                                           ...continuará.
Maribel Montero

4 comentarios:

  1. Que lindo! esperamos continuación, gracias

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  2. Me hace mucha ilusión ver parte de mi cuento "Los ojos de Liz Taylor" de mi libro "Visión nocturna" en un blog tan bueno. Gracias por aceptarme entre las viajeras escritoras.

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  3. Me ha gustado mucho Maribel. Ya que estoy aquí, aprovecho para saludaros escritoras viajeras.

    Besos

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