Perdona, les dije a todos que habías
muerto. Ya sé que nunca te gustó ser la protagonista, pero llevaba un líquido
en los ojos que no podía disimular. Necesitaba el pronombre, sostener la
ausencia de los martes venideros. ¡«Cuánto» he de extrañarte!
Y
te pensé en los algodones violetas de las nubes… te miraba desde el ruido de la
tierra; saltabas de una en una, sorteando cada hueco, con la paz de saberte
libre al llegar la noche.
Estábamos seguras de que somos de quienes
nos piensan. Siempre serás la Mónica que supo ver tras las bambalinas. Nos
encontramos en la misma coordenada de este mundo, en el lugar donde una
tortilla de patatas es una fiesta. En la parada de la estación, tu nombre y el
mío. La generosidad de ida y vuelta en las vías por las que circulaban palabras
afines; aunar, viajeras, artes, amistad, escritoras, lealtad, familia, y un
interminable etc.
Aprendimos a compartir la fragilidad de
los sentimientos, de la vida en sí, de lo que estábamos hechas, de lo que
seguimos siendo: Alma. Tenías la grandeza de ver en cada pupila una razón;
respetabas el mundo y sus costumbres, el soneto imperfecto, la perfección de
las decisiones ajenas. «Todo será como debe ser» —decías.
Y dejaste ventanas en la calle de mi vida,
podré verte a través de ellas; serás Imeralda, paisaje, mar, estrella, río,
montaña, ciudades, libro, abrazo de osa, gato, corazón, escapada, justicia poética: Tú.
Tantos cielos compartidos y uno muy
especial nos cautivó, en el sur que querías completar de macetas, ¿lo
recuerdas? Sujetábamos la misma luz mientras llegaba Marina en aquel atardecer
que también fue violeta. Techo que nos protegería del invierno, hueco de mar
donde sentarnos a escuchar el silencio que después poblaríamos de palabras.
Ahora estarás en los todos lugares donde
viviste y en las células del universo al fin. Quiero pensar que eternamente de
viaje aunque las suelas de tus zapatos ya no se desgasten.
Yo, por lo pronto,
con asuntos sin resolver en la frontera de enero, con los violines del invierno
hasta el tuétano de tu ausencia, y sin poder olvidarte. Sostengo la creencia,
incoherente o no, de que volveremos a vernos.
Dijiste que te ibas para volver.
(Mónica Ivulich, siempre en nuestro blogcorazón).
Amanda Gamero
Inma, hermosos recuerdos de alguien a quien, por desgracia, no alcance a conocer lo suficiente.
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