El otro camino de Santiago. Crónica
sentimental de Chile.
¡Qué belleza se despliega ante
nosotros cuando accedemos a la terraza del hotel!: cientos de casas de colores
que suben y bajan sinuosas por los cerros; en el horizonte, la gran bahía de
Valparaíso donde se divisan las naves de la Armada Chilena, a lo lejos, los
contornos de Viña del Mar, Reñaca, Horcón… Muchas, muchas gaviotas y albatros
que sobrevuelan el puerto. Me resulta dificultoso describir el tono azulado del
cielo y del mar, distinto del Mediterráneo, más atenuado quizá, ni mejor ni
peor, diferente. Cruzo la mirada con un gato blanco que me observa desde un
tejado situado frente a mi terraza. Está sentado pero pendiente de mis
movimientos. He perturbado su tarde. Miro hacia otro lado y veo por el rabillo
del ojo que empieza a lamerse una pata.
Mi maleta es un caos de ropa
revuelta, no me he entretenido a colgarla en el armario al cambiar de hotel y
no encuentro mis prendas. Cremas, zapatos, folletos y neceser están
ilocalizables cuando los necesito. Es una señal, un síntoma de que este país me
ha devuelto a mis orígenes porque yo, en realidad, soy así, o así era antes de
convertirme en una adulta controlada. Parece como si el ámbito doméstico me
mantuviera aferrada a una serie de hábitos de la persona que se supone que soy
y que aquí hubiese recuperado la esencia. Me gusta esa sensación, ese desorden
de todo. He recobrado la pasión y la despreocupación. Oriol protesta cada vez
que tropieza con alguno de mis objetos fuera de lugar y dice que precisaré de
una tarde para hacer la maleta cuando nos vayamos. Tengo la errónea percepción
de que hace semanas que estamos en Chile, recapitulo los días anteriores al
viaje y me parecen tan lejanos como ajenos.
Margarita Espuña
Espero que ésta crónica sentimental de Chile continúe para deleitarnos.
ResponderEliminarLa naturaleza nos reconcilia con nuestra parte más genuina.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu escrito, Margarita.
Esa libertad tuya la he respirado y te doy las gracias por ello.