La comunicación es algo realmente complicado. Explicamos con todo detalle lo que no es importante y olvidamos decir lo que realmente tiene valor. Discutimos por nimiedades y no sabemos abordar lo que nos duele. Imponemos posiciones e ignoramos las de los otros. Sufrimos al reconocer nuestras debilidades y nos cerramos para no tener que pensar en razones objetivas. Posiblemente porque lo racional es más fácil de expresar y argumentar pero no lo fundamental. Hay un abismo entre lo que pensamos, queremos decir, finalmente expresamos y la otra parte entiende. Y a la inversa en cada réplica.
En
general se dialoga mal y sin mucho sentido, y además solemos meternos de cabeza
en el juego del disparate en el que ni somos capaces de expresar bien lo que
sentimos, ni los demás, como consecuencia, son capaces de comprendernos. Y no
siempre por su culpa, aunque así se lo exijamos.
Seguramente
porque lo importante, lo realmente valioso, no se dice con palabras. Y estas
son además muy traidoras. Suelen ser suficientes para exagerar lo malo y
detallar nuestras miserias y las de los demás, pero nunca para expresar
adecuadamente lo bueno. Y cuando este milagro ocurre, solemos decir además que
nos hemos quedado sin palabras.
He
oído en casa muchas veces esta Romanza sin palabras, tocada al piano por mi
querida madre. Veces y veces. Y no me ha sobrado ninguna. Esa canción del
Gondolero que nos transporta a Venecia, donde la luz adquiere tonos nuevos, el
sol juega escondiéndose entre los canales y las palabras se pierden en cada
rincón sin que nadie las eche de menos.
María
José Voltes
Una delicia. Tienes razón que muchas veces lo realmente importante no se dice con palabras.
ResponderEliminarPuede que las palabras no se pierdan, que se queden también escondidas entre el agua y esa luz ...
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